MANIFIESTO CERVANTES
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Ciudadanos y ciudadanas de la Ínsula Barataria, hombres y mujeres que amáis los libros, lectores todos:
Nos dirigimos a vosotros, como hermanos letraheridos, para solicitar vuestro apoyo en una locura que nos ha venido en mente, hablando del Ingenioso Hidalgo, nada que extrañar, y que vamos a comenzar con una historia que el propio Cervantes incrustó en El Quijote.
“En un lugar de las Montañas de León tuvo principio mi linaje, con quien fue más agradecida y liberal la naturaleza que la fortuna,” Así comienza la historia de los tres hermanos Pérez de Viedma; un relato de extraordinaria calidad y belleza que ocupa los capítulos 39 a 42 del Quijote.
Un día los tres jóvenes decidirán emigrar y seguir su propia vida tras aceptar una parte del patrimonio de su padre. “Quien quisiere valer y ser rico, - les aconseja éste - siga, o la Iglesia, o navegue, ejercitando el arte de la mercancía o entre a servir a los reyes en sus casas”. Acatando tan sabias palabras “…el uno tomó el viaje de Salamanca, el otro de Sevilla” y el mayor el de Alicante, adonde tuvo “nuevas que había una nave ginovesa que cargaba allí lana para Génova”.
Años después, los hermanos volverán a encontrarse en una venta del camino de Andalucía en la que paraban Don Quijote y Sancho Panza y en ella darán cuenta de su peripecia vital. La del mayor no es otra que la del propio Cervantes.
Cumplido el cuarto centenario del nacimiento del Quijote y asimismo el cuarto centenario de la muerte de Cervantes, se ofrece una ocasión idónea para poner de manifiesto la conexión entre la provincia de León y lo más elevado de la literatura universal.
León cuenta con una de las escuelas literarias más importantes en español. Ese patrimonio cultural, que nos ha proporcionado el placer de leer y alimenta nuestras emociones, ha hecho un servicio impagable a la provincia al despertar, en lectores de todo el mundo, el interés por conocer y vivir los escenarios de tantos relatos magistrales.
Los escritores leoneses han aportado algunas de las páginas más brillantes de la literatura universal. Su inspiración y talento han creado una envolvente cultural que enciende el deseo de conocer el reino de Celama[1], las montañas de las que mana el rio del olvido[2], el jardín de los árboles de oro[3], el país fascinante de la mirada[4]. La poderosa llamada que surge de esos relatos subyuga y despierta en los lectores el deseo irresistible de identificar en la realidad ese espacio mental fascinante y único.
La literatura es uno de los activos más poderosos de nuestra provincia y un elemento dinamizador de primer orden que nos ofrece una oportunidad de oro para dar visibilidad a León e impulsar nuestra economía.
EL PROYECTO incluye la publicación de un libro con la historia de los tres hermanos (capítulos 39 a 42 ya citados), junto con unos apéndices relativos a la historia del Siglo de Oro y a su repercusión a nivel planetario, para facilitar la lectura y comprensión de todo tipo de público.
La edición se incardinará en un amplio proyecto de difusión cervantina en el que se incorporarán diversos aspectos que ayudarán a situar El Quijote en la época en la que se escribió, a través de unas Jornadas Culturales sobre el Siglo de Oro, que incluirán conferencias, exposiciones, teatro, danza, conciertos y proyecciones cinematográficas, junto con una especial atención a la gastronomía de la época: “Con gallina en pepitoria, bien se puede ganar la Gloria” y “Más judíos hizo cristianos el tocino y el jamón que la Santa Inquisición”.
Estas Jornadas Cervantinas se celebrarían en torno al Día Internacional del Libro, 23 de abril, y a La Feria del Libro, en el mes de mayo.
Por todo lo anterior:
I.- Instamos a los poderes públicos a que fomenten la lectura anual de los Capítulos XXXIX a XLII del Quijote en todas las escuelas, colegios, bibliotecas y centros docentes de la provincia de León. Pedimos a la Diputación Provincial que patrocine, para su distribución a los alumnos, la edición de dicho relato.
II.- Proponemos la institucionalización del Día de la Literatura Leonesa. El mismo, que se plantea como una cita con los autores, se celebrará cada año coincidiendo con la Feria del Libro y culminará con un acto público de lectura de los cuatro capítulos del Quijote.
III.- Solicitamos al Ayuntamiento de León que apoye las jornadas de hermanamiento de León con otras ciudades cervantinas y animamos a otros sectores a que promuevan iniciativas ligadas al hecho cultural y gastronómico de nuestra provincia.
IV.- Solicitamos asimismo el apoyo de la Universidad de León para la organización y desarrollo, con carácter anual, de un ciclo de conferencias dedicado a la literatura leonesa y a la obra de Cervantes.
V.- Convocamos a los medios de comunicación, a las asociaciones culturales de León, a los círculos de lectura, a los editores y libreros a apoyar la Feria del libro y a sumarse a este llamamiento y a establecer un compromiso duradero y firme con la literatura leonesa.
En León a 2 de noviembre de 2016
Francisco Morán Álvarez
[1] Luis Mateo Diez.
[2]Julio Llamazares.
[3]Ramón Carnicer 1961, que evoca sus años de juventud en el Bierzo.
[4]Antonio Gamoneda.
HISTORIOGRAFIA
El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha
(Capitulo 37) "...pero a todo puso silencio un pasajero que en aquella sazón entró en la venta,
Se dice “Era el hombre de robusto y agraciado talle, de edad de poco más de cuarenta años, algo moreno de rostro, largo de bigotes y la barba muy bien puesta”.
(Capitulo 38) "Y así, estén vuestras mercedes atentos y oirán un discurso verdadero, a quien podría ser que no llegasen los mentirosos que con curioso y pensado artificio suelen componerse".
(Capitulo 39) "En un lugar de las Montañas de
León tuvo principio mi linaje, (por las fechas y
acontecimientos que se detallan a continuación se supone que nació el 29 de
abril de 1547) con quien fue más agradecida y liberal la naturaleza
que la fortuna, aunque, en la estrecheza de aquellos
pueblos, todavía alcanzaba mi padre fama de rico, y verdaderamente lo
fuera si así se diera maña a conservar su hacienda como se la daba en gastalla.
Y la condición que tenía de ser liberal y gastador le procedió de haber sido
soldado los años de su joventud que es escuela la soldadesca donde el mezquino
se hace franco, y el franco, pródigo; y si algunos soldados se hallan
miserables, son como monstruos, que se ven raras veces. Pasaba mi padre los
términos de la liberalidad, y rayaba en los de ser pródigo: cosa que no le es de
ningún provecho al hombre casado, y que tiene hijos que le han de suceder en el
nombre y en el ser. Los que mi padre tenía eran tres,
todos varones y todos de edad de poder elegir estado. Viendo, pues,
mi padre que, según él decía, no podía irse a la mano contra su condición, quiso
privarse del instrumento y causa que le hacía gastador y dadivoso, que fue
privarse de la hacienda, sin la cual el mismo Alejandro pareciera estrecho".
»Y así,
llamándonos un día a todos tres a solas en un
aposento, nos dijo unas razones semejantes a las que ahora diré:
''Hijos, para deciros que os quiero bien, basta saber y decir que sois mis
hijos; y, para entender que os quiero mal, basta saber que no me voy a la mano
en lo que toca a conservar vuestra hacienda. Pues, para que entendáis desde aquí
adelante que os quiero como padre, y que no os quiero destruir como padrastro,
quiero hacer una cosa con vosotros que ha muchos días que la tengo pensada y con
madura consideración dispuesta. Vosotros estáis ya en edad de tomar estado, o, a
lo menos, de elegir ejercicio, tal que, cuando mayores, os honre y aproveche. Y
lo que he pensado es hacer de mi hacienda cuatro partes: las tres os daré a
vosotros, a cada uno lo que le tocare, sin exceder en cosa alguna, y con la otra
me quedaré yo para vivir y sustentarme los días que el cielo fuere servido de
darme de vida. Pero querría que, después que cada uno tuviese en su poder la
parte que le toca de su hacienda, siguiese uno de los caminos que le diré. Hay
un refrán en nuestra España, a mi parecer muy verdadero, como todos lo son, por
ser sentencias breves sacadas de la luenga y discreta experiencia; y el que yo
digo dice: "Iglesia, o mar, o casa real", como si más claramente dijera: "Quien
quisiere valer y ser rico, siga o la Iglesia, o navegue, ejercitando el arte de
la mercancía, o entre a servir a los reyes en sus casas"; porque dicen: "Más
vale migaja de rey que merced de señor". Digo esto porque querría, y es mi
voluntad, que uno de vosotros siguiese las letras, el otro la mercancía, y el
otro sirviese al rey en la guerra, pues es dificultoso entrar a servirle en su
casa; que, ya que la guerra no dé muchas riquezas, suele dar mucho valor y mucha
fama. Dentro de ocho días, os daré toda vuestra parte en dineros, sin
defraudaros en un ardite, como lo veréis por la obra. Decidme ahora si queréis
seguir mi parecer y consejo en lo que os he propuesto''.
Y, mandándome a mí, por ser el mayor, que respondiese, después de
haberle dicho que no se deshiciese de la hacienda, sino que gastase todo lo que
fuese su voluntad, que nosotros éramos mozos para saber ganarla, vine a concluir
en que cumpliría su gusto, y que el mío era seguir el
ejercicio de las armas, sirviendo en él a Dios y a mi rey.
El segundo hermano hizo los mesmos ofrecimientos,
y escogió el irse a las Indias, llevando empleada
la hacienda que le cupiese. El menor, y, a lo que
yo creo, el más discreto, dijo que quería seguir la
Iglesia, o irse a acabar sus comenzados estudios a Salamanca. Así como
acabamos de concordarnos y escoger nuestros ejercicios, mi padre nos abrazó a
todos, y, con la brevedad que dijo, puso por obra cuanto nos había prometido; y,
dando a cada uno su parte, que, a lo que se me acuerda, fueron cada tres mil
ducados, en dineros (porque un nuestro tío compró toda la hacienda y la pagó de
contado, porque no saliese del tronco de la casa), en un mesmo día nos
despedimos todos tres de nuestro buen padre; y, en aquel mesmo, pareciéndome a
mí ser inhumanidad que mi padre quedase viejo y con tan poca hacienda, hice con
él que de mis tres mil tomase los dos mil ducados, porque a mí me bastaba el
resto para acomodarme de lo que había menester un soldado. Mis dos hermanos,
movidos de mi ejemplo, cada uno le dio mil ducados: de modo que a mi padre le
quedaron cuatro mil en dineros, y más tres mil, que, a lo que parece, valía la
hacienda que le cupo, que no quiso vender, sino quedarse con ella en raíces.
Digo, en fin, que nos despedimos del y de aquel nuestro tío que he dicho, no sin
mucho sentimiento y lágrimas de todos, encargándonos que les hiciésemos saber,
todas las veces que hubiese comodidad para ello, de nuestros sucesos, prósperos
o adversos. Prometímoselo, y, abrazándonos y echándonos su bendición, el uno
tomó el viaje de Salamanca, el otro de Sevilla y yo el de Alicante, adonde tuve
nuevas que había una nave ginovesa que cargaba allí lana para Génova.
Éste
hará veinte y dos años
que salí de casa de mi padre, y en todos ellos, puesto que he escrito algunas
cartas, no he sabido del ni de mis hermanos nueva alguna. Y lo que en este
discurso de tiempo he pasado lo diré brevemente. Embarquéme en Alicante, llegué
con próspero viaje a Génova, fui desde allí a Milán, donde me acomodé de armas y
de algunas galas de soldado, de donde quise ir a asentar mi plaza al Piamonte;
y, estando ya de camino para Alejandría de la Palla, tuve nuevas que el gran
duque de Alba pasaba a Flandes. Mudé propósito, fuime con él, servíle en las
jornadas que hizo, halléme en la muerte de los condes
de Eguemón y de Hornos, (5 de junio de
1568, tenía 21 años) alcancé a ser alférez de un famoso capitán de
Guadalajara, llamado Diego de Urbina; y, a cabo de algún tiempo que llegué a
Flandes, se tuvo nuevas de la liga que la Santidad del Papa Pío Quinto, de
felíce recordación, (1571)
había hecho con Venecia y con España, contra el enemigo común, que es
el Turco; el cual, en aquel mesmo tiempo, había ganado con su armada la famosa
isla de Chipre, que estaba debajo del dominio del veneciano: y pérdida
lamentable y desdichada. Súpose cierto que venía por general desta liga el
serenísimo don Juan de Austria, hermano natural de nuestro buen rey don Felipe.
Divulgóse el grandísimo aparato de guerra que se hacía. Todo lo cual me incitó y
conmovió el ánimo y el deseo de verme en la jornada que se esperaba; y, aunque
tenía barruntos, y casi promesas ciertas, de que en la primera ocasión que se
ofreciese sería promovido a capitán, lo quise dejar todo y venirme, como me
vine, a Italia. Y quiso mi buena suerte que el señor don Juan de Austria acababa
de llegar a Génova, que pasaba a Nápoles a juntarse con la armada de Venecia,
como después lo hizo en Mecina".
»Digo, en fin, que yo me hallé en aquella felicísima jornada,
ya hecho capitán de infantería, a cuyo honroso cargo me subió mi buena
suerte, más que mis merecimientos Y aquel día, que fue para la cristiandad tan
dichoso, porque en él se desengañó el mundo y todas las naciones del error en
que estaban, creyendo que los turcos eran invencibles por la mar: en aquel día,
digo, donde quedó el orgullo y soberbia otomana quebrantada, entre tantos
venturosos como allí hubo (porque más ventura tuvieron los cristianos que allí
murieron que los que vivos y vencedores quedaron), yo solo fui el desdichado,
pues, en cambio de que pudiera esperar, si fuera en los romanos siglos, alguna
naval corona, me vi aquella noche que siguió a tan famoso día con cadenas a los
pies y esposas a las manos".
»Y fue desta suerte: que, habiendo el Uchalí, rey de Argel, atrevido y venturoso
cosario, embestido y rendido la capitana de Malta, que solos tres caballeros
quedaron vivos en ella, y éstos malheridos, acudió la capitana de Juan Andrea a
socorrella, en la cual yo iba con mi compañía; y, haciendo lo que debía en
ocasión semejante, salté en la galera contraria, la cual, desviándose de la que
la había embestido, estorbó que mis soldados me siguiesen, y así, me hallé solo
entre mis enemigos, a quien no pude resistir, por ser tantos; en fin, me
rindieron lleno de heridas. Y, como ya habréis, señores, oído decir que el
Uchalí se salvó con toda su escuadra, vine yo a quedar cautivo en su poder, y
solo fui el triste entre tantos alegres y el cautivo entre tantos libres; porque
fueron quince mil cristianos los que aquel día alcanzaron la deseada libertad,
que todos venían al remo en la turquesca armada".
»Lleváronme a Costantinopla, donde el Gran Turco Selim hizo general de la mar a
mi amo, porque había hecho su deber en la batalla, habiendo llevado por muestra
de su valor el estandarte de la religión de Malta. Halléme el segundo año,
que fue el de setenta y dos, en Navarino,
bogando en la capitana de los tres fanales. Vi y noté la ocasión que allí se
perdió de no coger en el puerto toda la armada turquesca, porque todos los
leventes y jenízaros que en ella venían tuvieron por cierto que les habían de
embestir dentro del mesmo puerto, y tenían a punto su ropa y pasamaques, que son
sus zapatos, para huirse luego por tierra, sin esperar ser combatidos: tanto era
el miedo que habían cobrado a nuestra armada. Pero el cielo lo ordenó de otra
manera, no por culpa ni descuido del general que a los nuestros regía, sino por
los pecados de la cristiandad, y porque quiere y permite Dios que tengamos
siempre verdugos que nos castiguen".
»En efeto, el Uchalí se recogió a Modón, que es una isla que está junto a
Navarino, y, echando la gente en tierra, fortificó la boca del puerto, y
estúvose quedo hasta que el señor don Juan se volvió. En este viaje se tomó la
galera que se llamaba La Presa, de quien era capitán un hijo de aquel famoso
cosario Barbarroja. Tomóla la capitana de Nápoles, llamada La Loba, regida por
aquel rayo de la guerra, por el padre de los soldados, por aquel venturoso y
jamás vencido capitán don Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz. Y no quiero
dejar de decir lo que sucedió en la presa de La Presa. Era tan cruel el hijo de
Barbarroja, y trataba tan mal a sus cautivos, que, así como los que venían al
remo vieron que la galera Loba les iba entrando y que los alcanzaba, soltaron
todos a un tiempo los remos, y asieron de su capitán, que estaba sobre el
estanterol gritando que bogasen apriesa, y pasándole de banco en banco, de popa
a proa, le dieron bocados, que a poco más que pasó del árbol ya había pasado su
ánima al infierno: tal era, como he dicho, la crueldad con que los trataba y el
odio que ellos le tenían".
»Volvimos a Constantinopla, y el año siguiente, que
fue el de setenta y tres, se supo en ella cómo el señor don Juan
había ganado a Túnez, y quitado aquel reino a los turcos y puesto en posesión
dél a Muley Hamet, cortando las esperanzas que de volver a reinar en él tenía
Muley Hamida, el moro más cruel y más valiente que tuvo el mundo. Sintió mucho
esta pérdida el Gran Turco, y, usando de la sagacidad que todos los de su casa
tienen, hizo paz con venecianos, que mucho más que él la deseaban; y el año
siguiente de setenta y cuatro acometió a
la Goleta y al fuerte que junto a Túnez había dejado medio levantado el señor
don Juan. En todos estos trances andaba yo al remo, sin esperanza de libertad
alguna; a lo menos, no esperaba tenerla por rescate, porque tenía determinado de
no escribir las nuevas de mi desgracia a mi padre".
»Perdióse, en fin, la Goleta; perdióse el fuerte, sobre las cuales plazas hubo
de soldados turcos, pagados, setenta y cinco mil, y de moros, y alárabes de toda
la África, más de cuatrocientos mil, acompañado este tan gran número de gente
con tantas municiones y pertrechos de guerra, y con tantos gastadores, que con
las manos y a puñados de tierra pudieran cubrir la Goleta y el fuerte. Perdióse
primero la Goleta, tenida hasta entonces por inexpugnable; y no se perdió por
culpa de sus defensores, los cuales hicieron en su defensa todo aquello que
debían y podían, sino porque la experiencia mostró la facilidad con que se
podían levantar trincheras en aquella desierta arena, porque a dos palmos se
hallaba agua, y los turcos no la hallaron a dos varas; y así, con muchos sacos
de arena levantaron las trincheras tan altas que sobrepujaban las murallas de la
fuerza; y, tirándoles a caballero, ninguno podía parar, ni asistir a la defensa.
Fue común opinión que no se habían de encerrar los nuestros en la Goleta, sino
esperar en campaña al desembarcadero; y los que esto dicen hablan de lejos y con
poca experiencia de casos semejantes, porque si en la Goleta y en el fuerte
apenas había siete mil soldados, ¿cómo podía tan poco número, aunque más
esforzados fuesen, salir a la campaña y quedar en las fuerzas, contra tanto como
era el de los enemigos?; y ¿cómo es posible dejar de perderse fuerza que no es
socorrida, y más cuando la cercan enemigos muchos y porfiados, y en su mesma
tierra? Pero a muchos les pareció, y así me pareció a mí, que fue particular
gracia y merced que el cielo hizo a España en permitir que se asolase aquella
oficina y capa de maldades, y aquella gomia o esponja y polilla de la infinidad
de dineros que allí sin provecho se gastaban, sin servir de otra cosa que de
conservar la memoria de haberla ganado la felicísima del invictísimo Carlos
Quinto; como si fuera menester para hacerla eterna, como lo es y será, que
aquellas piedras la sustentaran".
»Perdióse también el fuerte; pero fuéronle ganando los turcos palmo a palmo,
porque los soldados que lo defendían pelearon tan valerosa y fuertemente, que
pasaron de veinte y cinco mil enemigos los que mataron en veinte y dos asaltos
generales que les dieron. Ninguno cautivaron sano de trecientos que quedaron
vivos, señal cierta y clara de su esfuerzo y valor, y de lo bien que se habían
defendido y guardado sus plazas. Rindióse a partido un pequeño fuerte o torre
que estaba en mitad del estaño, a cargo de don Juan Zanoguera, caballero
valenciano y famoso soldado. Cautivaron a don Pedro Puertocarrero, general de la
Goleta, el cual hizo cuanto fue posible por defender su fuerza; y sintió tanto
el haberla perdido que de pesar murió en el camino de Constantinopla, donde le
llevaban cautivo. Cautivaron ansimesmo al general del fuerte, que se llamaba
Gabrio Cervellón, caballero milanés, grande ingeniero y valentísimo soldado.
Murieron en estas dos fuerzas muchas personas de cuenta, de las cuales fue una
Pagán de Oria, caballero del hábito de San Juan, de condición generoso, como lo
mostró la suma liberalidad que usó con su hermano, el famoso Juan de Andrea de
Oria; y lo que más hizo lastimosa su muerte fue haber muerto a manos de unos
alárabes de quien se fió, viendo ya perdido el fuerte, que se ofrecieron de
llevarle en hábito de moro a Tabarca, que es un portezuelo o casa que en
aquellas riberas tienen los ginoveses que se ejercitan en la pesquería del
coral; los cuales alárabes le cortaron la cabeza y se la trujeron al general de
la armada turquesca, el cual cumplió con ellos nuestro refrán castellano: "Que
aunque la traición aplace, el traidor se aborrece"; y así, se dice que mandó el
general ahorcar a los que le trujeron el presente, porque no se le habían traído
vivo".
»Entre los cristianos que en el fuerte se perdieron, fue uno llamado don Pedro
de Aguilar, natural no sé de qué lugar del Andalucía, el cual había sido alférez
en el fuerte, soldado de mucha cuenta y de raro entendimiento: especialmente
tenía particular gracia en lo que llaman poesía. Dígolo porque su suerte le
trujo a mi galera y a mi banco, y a ser esclavo de mi mesmo patrón; y, antes que
nos partiésemos de aquel puerto, hizo este caballero dos sonetos, a manera de
epitafios, el uno a la Goleta y el otro al fuerte. Y en verdad que los tengo de
decir, porque los sé de memoria y creo que antes causarán gusto que pesadumbre.»
"En el punto que el cautivo nombró a don Pedro de Aguilar, don Fernando miró a
sus camaradas, y todos tres se sonrieron; y, cuando llegó a decir de los
sonetos, dijo el uno:
-Antes que vuestra merced pase adelante, le suplico me diga qué se hizo ese don
Pedro de Aguilar que ha dicho.
-Lo que sé es -respondió el cautivo- que, al cabo de dos años que estuvo en
Constantinopla, se huyó en traje de arnaúte con un griego espía, y no sé si vino
en libertad, puesto que creo que sí, porque de allí a un año ví yo al griego en
Constantinopla, y no le pude preguntar el suceso de aquel viaje.
-Pues lo fue -respondió el caballero-, porque ese don Pedro es mi hermano, y
está ahora en nuestro lugar, bueno y rico, casado y con tres hijos.
-Gracias
sean dadas a Dios -dijo el cautivo- por tantas mercedes como le hizo; porque no
hay en la tierra, conforme mi parecer, contento que se iguale a alcanzar la
libertad perdida.
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Capitulo 42.- "El cautivo, que, desde el punto que vio al oidor, le dio saltos el corazón y barruntos de que aquél era su hermano, preguntó a uno de los criados que con él venían que cómo se llamaba y si sabía de qué tierra era. El criado le respondió que se llamaba el licenciado Juan Pérez de Viedma, y que había oído decir que era de un lugar de las montañas de León. Con esta relación y con lo que él había visto se acabó de confirmar de que aquél era su hermano, que había seguido las letras por consejo de su padre; y, alborotado y contento, llamando aparte a don Fernando, a Cardenio y al cura, les contó lo que pasaba, certificándoles que aquel oidor era su hermano. Habíale dicho también el criado como iba proveído por oidor a las Indias, en la Audiencia de Méjico. Supo también como aquella doncella era su hija, de cuyo parto había muerto su madre, y que él había quedado muy rico con el dote que con la hija se le quedó en casa. Pidióles consejo qué modo tendría para descubrirse, o para conocer primero si, después de descubierto, su her-mano, por verle pobre, se afrentaba o le recebía con buenas entrañas".
……………
"Y ¿cómo se llamaba ese capitán, señor mío? -preguntó el oidor.
Llamábase -respondió el cura- Ruy Pérez de Viedma, y era natural de un lugar de las montañas de León, el cual me contó un caso que a su padre con sus hermanos le había sucedido, que, a no contármelo un hombre tan verdadero como él, lo tuviera por conseja de aquellas que las viejas cuentan el invierno al fuego. Porque me dijo que su padre había dividido su hacienda entre tres hijos que tenía, y les había dado ciertos consejos, mejores que los de Catón. Y sé yo decir que el que él escogió de venir a la guerra le había sucedido tan bien que en pocos años, por su valor y esfuerzo, sin otro brazo que el de su mucha virtud, subió a ser capitán de infantería, y a verse en camino y predicamento de ser presto maestre de campo. Pero fuele la fortuna contraria, pues donde la pudiera esperar y tener buena, allí la perdió, con perder la libertad en la felicísima jornada donde tantos la cobraron, que fue en la batalla de Lepanto (7 de octubre de 1571, tenía 24 años). Yo la perdí en la Goleta, y después, por diferentes sucesos, nos hallamos camaradas en Costantinopla. Desde allí vino a Argel, donde sé que le sucedió uno de los más estraños casos que en el mundo han sucedido".
Se publica “El Quijote” en 1605, tenía 58 años.
Fallece en 1616, tenía 69 años.